A Lila, que dijo que soy valiente
Hay algo, que suele ser pequeño, una nimiedad absoluta que desata el combate. Después de tres horas de enseñar que la ene es petiza y la te es alta y erguida y la ele es elegante ,tres horas de hacer cuentas ,de intentar ayudar a razonar algunas construcciones que para mí ya son naturales pero que para los niños no lo son( y vuelve a resultarme divertido) .Digo, después de todo eso, que hago con cariño pero no por ello con poco esfuerzo de mi parte, algo desata la tormenta, el grito, la locura. Al cabo de un rato puedo comprender que la capacidad de atención de un niño es limitada y tal vez a ciertas alturas ya le esté importando un bledo que la multiplicación supone una suma, o la felicidad que produce la combinatoria de algunos sonidos.Lo entiendo luego, y para entonces el combate ya tuvo lugar, sus gritos y los míos ya se multiplicaron, mi paciencia se agotó, mi ánimo se entristeció, me quise ir al carajo ocho veces, y una de ellas no quise volver. Pocas veces la reflexión y la debida aceptación de la realidad van juntas. Pocas veces. En general llego tarde para el convite. Y cuando llego, ya ando necesitando cinco miligramos de valium.
Por suerte, y en general es a la distancia. Quiero decir, cuando además los extraño porque estoy caminando sola por alguna playa de la costa argentina. Es a la distancia que me interrogo sobre mis excesos y me pregunto cuánto de ello no hay en aquello. Más claramente: cuánto de mi exceso no tiene que ver con el de mis hijos. Me hace bien pensarlo así, porque eso le da consistencia al espíritu de la madre judía que soy. Sea como sea, siempre tengo la culpa de todo y parece que no pero finalmente es pura ganancia, pura omnipotencia. Me convierto en la única ,la incomparable, la más, la mejor responsable de todo pero todo lo malo que sucede con mis hijos. Alguna ventaja tiene que tener ser madre judía. Porque además de culpable y víctima de las circunstancias, está en mí poder modificar la situación. Todo pero todo depende de mí. Es cuestión de reflexionarlo bien y repetirme al oído: vamos, tú puedes. Y así de a poco voy pudiendo ser una madre mejor.