Acerca de cómo pasar una noche de pesadilla y del oficio de ser mamá
Primero: el sueño se demora a la espera del mayor de
mis niños que ya tiene su vida más allá
de la existencia remota de la mía. Una sabe, comprende, que así son las cosas,
pero la experiencia empírica de ser prescindible, tarda en concebirse y
mientras esa espera va sucediendo, una encuentra en qué destinar el tiempo. Una
lee, o escribe, conversa a través de lagos ,cruza montañas, extraña.
Segundo: a las dos de la mañana decide apagar la luz y hacer
el intento .Pronto el mayor de los niños regresará .Dijo: en un par de horas
vuelvo. Y eso fue a las doce. Tiene que estar llegando. Una decide, entonces,
sumergirse en la almohada, dejarse arropar el sueño por un recuerdo y una
promesa potente, y en ese momento, exactamente en ese momento, el menor de los
niños que duerme cerca, se levanta justo como para derramar sobre mí una
consistencia espesa y caliente que emana a borbotones de su boca,
ininterrumpidamente.
Podría decir que quedé congelada pero no es exacto
atendiendo a la temperatura precisa del contenido lanzado. Pero quedé de
piedra. Sin saber por dónde empezar. Si abrazar al niño, limpiarme los ojos,
contener la arcada, llorar. En ese orden fui resolviendo la vida hasta la
mañana. El mayor de los niños habrá entrado al cuarto de hotel en algún momento
de la noche y salido eyectado hacia algún otro sitio.
No alcanzan las ventanas para respirar. Sigo con el niño mío en el mismo sitio apenas un
poco más dormida que anoche, velando su sueño.